Mi madre, María Durán de Bellido, partió a la Casa del Padre el 23 de septiembre de 2015. Somos dieciséis hermanos, yo soy la cuarta. El ser una de las hermanas mayores me ha permitido tener la dicha de compartir muchos años con mi madre, ella falleció cuando yo tenía 29 años, y un largo recorrido a su lado lleno de muy bellos momentos.
Mi madre era una persona con vocación de madre, se desvivió por los hijos completamente, ella se sentía realizada también cambiando pañales, dando biberones, escuchando nuestras cosas de niños y de adolescentes… me encantaba de ella que te contaba el porqué de las cosas. A mí me ilusionaba hablar con ella, siempre he sido muy comunicativa y me fascinaba que teniendo sólo cinco años podía conversar con mi madre de lo que quisiera, ella nos tenía en cuenta sin importar la edad que tuviésemos, nos amaba a todos con locura.
Tenía mucha paciencia, era capaz de escuchar a siete niños a la vez que nos interrumpíamos contando cada uno su versión de una misma cosa, y ella no perdía la calma. A mí me extrañaba que a diferencia de mi madre, las mamás de las otras niñas que conocía se exaltaban en seguida y por nada, de hecho, una amiga del colegio me llegó a decir: “Me gustaría que tu madre fuera mi madre”.
Era atenta y delicada de trato, cuando necesitaba que hiciéramos algo nos lo pedía “por favor” y era muy cariñosa.
Cocinaba super bien, me chiflaba su mouse de chocolate. Recuerdo con emoción sus deliciosas comidas que preparaba el sábado por la noche para tenerlas listas el domingo al volver a casa de Misa de doce, me gustaba pasearme por la cocina y subirme a una silla para ver qué era eso que estaba preparando que desprendía tan buen olor.
Era una mujer que siempre pensaba en ayudar a los demás.
Siempre he admirado el amor mutuo entre mis padres y el amor que ambos nos tenían a todos sus hijos.
Fui creciendo y en mi madre encontré a mi mejor amiga, estábamos muy unidas, yo me implicaba en todo lo que ella se proponía y le ayudaba a llevarlo a cabo, llegando a ser su mano derecha. Yo la llamaba “mami” con cariño y ella me llamaba “hiji”
Siempre sacaba lo mejor de todos y nos animaba y ayudaba en nuestras metas y sueños.
Era una emprendedora y trabajadora incansable y un referente en mi trayectoria profesional.
¡Gracias Dios mío por mi madre!
Recuerdo los últimos años acompañándola al hospital, mi madre se apoyaba mucho en mí y me decía que juntas habíamos aprendido muchas cosas. Ella aceptó el dolor con paz y esperanza y Dios quiso llevársela con 58 años de edad. Me costó acostumbrarme a su ausencia porque éramos uña y carne, pero sé que Dios sabe qué es lo mejor para todos y cada uno, así que, aunque sigo sin comprender, me queda el creer -que es la bandera de los católicos-, creo, y por ello, espero con paz reunirme un día con mi madre en el Cielo, Dios mediante. Entonces le diré: “¡Mamiiii!!!” la espachurraré con abrazos y besos y ella me dirá: “¡Hola hiji!!!”
Te quiero mami.
Tu hiji, Montserrat.
Montserrat Bellido Durán
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